Entro al Supermercado y la encargada me grita: -¿Qué estás haciendo acá?
-Comprando leche -le digo mientras pienso ¿a esta mujer qué le dio?
-¡Andate!, sos población de alto riesgo!
-Amorosa ¿te pasa algo?
-El Coronavirus me pasa.
Me alarmé -¿Te contagiaste?, ¿por qué viniste a trabajar?
En ese momento eran varias las personas que nos miraban, que escuchaban.
-No, es por ti, tú tenés más de 65 años.
Quedé de flash, ¿cómo se le ocurre gritar mi edad en medio de toda esa gente?
Con la cara ardiendo, te digo que hacía años que no soportaba un bochorno tal, enfilé hacia la góndola de la leche y a ella la dejé parada ahí sin más.
Llegué a casa conmocionada.
Me saqué los zapatos en la puerta de entrada, puse las leches en la heladera, me desvestí y colgué mi ropa al sol.
Entré en la cocina en calzones a prepararme el desayuno y caigo en la cuenta de que nunca había limpiado las bolsas de leche.
Me lavé las manos, me cepillé las uñas, me pasé alcohol en gel, abrí la heladera, saqué las leches y las puse en la pileta, las lavé con jabón. Abro la heladera para guardarlas y me doy cuenta que antes abrí la heladera sin haberme lavado las manos.
Agarro el frasco de alcohol y con un trapo limpio la heladera, limpio el estante de las leches, saco las bolsas de la pileta y las guardo.
Me paso alcohol en gel por las manos y me pongo a preparar mi desayuno.
Estaba poniendo los bizcochos en un plato cuando caigo en la cuenta de que al abrir la canilla, cuando iba a lavar las bolsas de leche, lo hice con las manos que habían tocado las bolsas.
-Me va a dar algo!- dije, así que agarré el alcohol y limpié las canillas, que me aguanten las coronarias!, Dios mío.
Entonces miro el carrito de la feria, donde traje las cosas del súper -Ay, no puedo creerlo!- grité y largué la bandeja, agarré trapo y alcohol y limpié todo el carrito.
Iba hacia el cuarto de la tele a desayunar, ya más tranquila y veo que la puerta estaba entreabierta. La cierro, le paso llave y sigo mi camino.
Estoy por empezar a comer y -Nooo!- casi grité, toqué la puerta y las llaves que venían sucias del supermercado.
Corrí a la cocina tomé trapo y alcohol, volví a la puerta y limpié todo y, por las dudas, volví a pasarme alcohol por las manos, fui a la cocina y dejé trapo y frasco.
Yendo de regreso hacia mi desayuno pensé - Mejor me traigo el frasco de alcohol-. Y lo busqué.
Me siento a desayunar y cuando estoy por darle un mordisco al cruasán, veo la botella de alcohol paradita sobre la mesa -¡Será posible!, no la limpié- agarré pañito, gel y limpié la botella, la parte de la mesa donde había estado apoyada y mis manos, por si acaso ¿vio?
Quedo contenta, tomo un sorbo de té ¡aggg!, estaba helado, vuelta a la cocina, pongo el té en el microondas…¿lo habré limpiado?, por si acaso le paso alcohol azul, el que es en gel estaba en el cuarto de la tele.
Regreso con mi té calentito, levanto un cruasán…y me quedo mirándolo, ¿habrá estornudado el panadero?...la chica del mostrador no tenía tapabocas…¿qué hago?
Y ahí estaba yo, cruasán en alto, suspendida en el tiempo de la pandemia, con una intriga existencial.
-¡Eureka!- grité de pronto, tomé el frasco de alcohol, corté el bizcocho al medio, le puse gel y me lo comí como si fuera relleno de mermelada.